No, no son “cosas de niños”
Pocas situaciones generan tanta impotencia y dolor en los padres como las del acoso escolar o bullying.
Cuestiones como la estatura o el peso, el acento a la hora de hablar, rasgos físicos más o menos acentuados, o bien situaciones como por ejemplo niños con otra nacionalidad, con personalidades tímidas, o simplemente recién llegados, pueden presentar una aureola intangible que los señala como diferentes.
Diferentes.
Todos podemos serlo. De hecho, todos podemos en algún momento de nuestras vidas ser víctimas, así como todos en algún momento nos podemos convertir en espectadores. A veces incluso alimentar inconscientemente en la relación el esquema sumisión-dominancia.
Con respecto a los padres, estas desagradables situaciones también puede mover en ellos todo tipo de emociones, como la rabia, la necesidad de intervenir, de castigar, de denunciar, o de aliarse con el niño desde la indefensión, la tristeza o vergüenza. Lo que tampoco les ayudará.
Los niños que sufren acoso escolar pueden sufrir calladamente este dolor, por vergüenza, por miedo ante la sensación del rechazo o castigo, a no ser creídos, a no pertenecer al grupo, a ser sistemáticamente perseguidos, por no preocupar a papás demasiado ocupados…
Por eso es tan importante intervenir a tiempo. En algunas de estas ocasiones de estas situaciones, mantenidas en el tiempo, pueden afectar al sentido de la pertenencia, y bloquear o alterar el proceso de formación de la identidad personal del niño/a en estas edades.

El bullying suele incluir comportamientos como burlas, amenazas, agresiones físicas, pero también consideramos acoso escolar comportamientos menos evidentes e invisibles como aislamientos activos, desprecios, ninguneos, indiferencias.
Mucho más difíciles de observar y denunciar.
Se trata de situaciones que se producen entre iguales y en el que suelen designarse a un niño/a o niños/as que agreden, (y que también necesitará ayuda), un niño/a que recibe esa agresión, y otros niños que sin participar directamente en la situación.
Suelen ser tristes espectadores pasivos de la misma, y evidentemente, a quienes también puede llegar a atemorizar, a veces incluso presionados a mantener fidelidad al grupo en “pactos de silencio”.
En nuestra consulta es frecuente recibir la demanda de estas familias. Queremos pensar que avanzamos como sociedad en el respeto al niño y ya cada vez menos se considera al bullying como “cosas de niños”.
No, no lo son. Ni podemos mirar hacia otro lado.
Afortunadamente nuestra impresión es que poco a poco se percibe una mayor conciencia de problema por parte de padres y profesionales, y siempre hacia todos los niños implicados.
No hay buenos o malos.
Todos necesitarán ser
escuchados y atendidos.
Nosotras ofrecemos un espacio para que estos niños y sus padres puedan expresar cómo se sienten sin ser juzgados, ni culpabilizados por no haberlo visto antes, ni avergonzados o adoctrinados en su papel de padres.
Sin apoyos, sin validación de lo que sienten. Así no pueden ayudar. Se sienten también solos y en cierta manera, mal-tratados.

Otra parte de nuestro trabajo es ayudar al niño a comprender lo vivido, a desculpabilizarlo, a restaurar su valía personal, y a establecer límites personales que le ayuden a ser feliz y a escoger relaciones más sanas, respetuosas y saludables.
Empezando por el respeto a uno mismo.
También el trabajo de coordinación escolar o institucional ayuda mucho a contener la situación, vivida negativamente por parte de todos.
¿Y esto, por qué sucede?
Gran pregunta.
Nunca se puede responder con una sola razón cuando se trata de emociones; de hecho puede haberlas múltiples: familias con dificultades en la presencia en la vida del niño, centros con mucha más presencia que la propia familia (lo que a su vez tiene consecuencias de distinta índole), cierta legitimación de la agresión (“a todos nos ha pasado”, son cosas de críos, y aquí estamos), valores imperantes como la competitividad entre iguales y no la cooperación, disciplinas ausentes o poco consistentes, y por supuesto factores como la gestión de conflicto que hace la persona (niños, padres y profesores).
Evidentemente con esto no queremos decir que estas razones conviertan a los niños siempre en potenciales víctimas.
Cada niño y cada padre o madre presentan sus propios recursos y fortalezas y es precisamente esto lo que también vamos a descubrir y potenciar en ellos: para su asombro y el de todos, también pueden hacer cosas, una vez puedan entender sus propias emociones y expresarlas.

¿Cómo detectar en nuestro hijo que puede estar sufriendo bullying?
Ante todo, hay que permanecer atentos cuando se dan cambios: en el comportamiento, en la alimentación o sueño, en su motivación a ir al colegio, en su estado de ánimo, en el rendimiento escolar, tendencia al aislamiento y retraimiento, o a veces comportamientos irritables y defensivos.
Conviene mantener cauces de comunicación frecuentes con el centro escolar y la persona de referencia en el centro escolar (tutor, profesor) para comentar estas dificultades y poder observarlas juntos, estableciendo comunicación fluida, además de intentar conversar con el propio niño si esto es posible.
Muchas veces, suelen resolverse conflictos puntuales cotidianos con estas sencillas orientaciones pero si la situación continúa en el tiempo, se recomienda siempre solicitar ayuda profesional.
Y mantener, siempre, en la medida de lo posible, la calma. No podemos contener el dolor de nuestro hijo sin ella. Apoyémonos en otros adultos. Todos la necesitamos a veces, pidamos ayuda.
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